viernes, 29 de abril de 2016

La vi en la escalera

Me presento brevemente. Soy mujer joven, 30 años, casada, con una hija de 11, que ya tiene su cuerpo bien redondeado; es muy bella mi hija, además de tener un cuerpazo adolescente y... Vida sexual mediocre, por no decir fatal. 
Recibí un citatorio de la escuela de mi hija según eso para pedir mi opinión en torno a varios cambios en el sistema de enseñanza. En razón del fanatismo religioso de mi marido mi hija cursa la elemental, en escuela sólo para niñas; me opuse, pero donde manda macho no gobierna mujer tonta y sumisa. Por fortuna me sucedió lo que intento relatar porque a partir de ese inesperado, nunca soñado lance soy libre, otra mujer e intento que mi hija sea igualmente libre. 
Llegué a la escuela cuando habían entrado las niñas. Sin embargo vi que una niña retrasada iba delante de mí; subía una empinada escalera. Al empezar a subir la escalera volteé hacia arriba y Dios de los cielos vi las nalgas de la niña referida: Virgen santa, no tenía puestos los calzones. A pesar del impacto que me causó en lugar de dejar de ver la preciosidad de nalgas seguí con los ojos devorando las adorables nalguitas de la niña, pero bastó un segundo para que las infantiles nalgas perdieran interés para mí para dedicarme a ver la preciosa puchita las qué, según pude apreciar, todavía no tenía pelitos. Dando pasos me iba fustigando por no dejar de ver la sensacional visión. Mis prejuicios estaban enardecidos, pero más lo estaba mi cuerpo a pesar de los pesares. 
Cuando la niña acabó de subir lo lamenté pues no obstante los enormes sentimientos de culpa que manejaba deseé con delirio y casi desesperación ver de nuevo tan hermosa puchita. Pensando en la imposibilidad de que eso se diera una nueva vez, llegué a lo alto de la escalera a pasos de la entrada principal de la escuela. La gran sorpresa fue que ?la niña estaba en la puerta y me veía fijamente! Al emparejarme a ella, dijo:
¿Te gustó? el panorama?
Casi caigo desmayada; me resultó evidente que la preciosa niña se había dado cuenta de mi atenta? observación de su ascenso, de forma totalmente intencional. Me repuse, y adopté la actitud de la adulta represora, dije:
¿No te da vergúenza andar? sin calzones?, ?no tienes mamá que te diga lo que es correcto?, Válgame el señor, seguro?
Nada, nada, querida? confiesa que el panorama es hermoso, ?no?
Por Dios niña, debes confesarte a la brevedad. Mira nada más? como vistes, caray.
Sin embargo, y a pesar de mi hipócrita posición moralista no daba un paso para alejarme de la que podría calificar de dientes para afuera de demonio, porque en mi interior le daba la razón pensando que, en efecto, el panorama visto era una real belleza. No salía de mi enorme asombro cuando sentí la manita de la niña tomando la mía mientras decía:
Ven conmigo verás que lindo y rico vamos a? platicar.
Vi el rostro de la niña ruboroso, encendido y su respiración agitada. Hermosa la niña, ojos azules preciosos, pelo largo castaño claro, labios sensuales a pesar de la corta edad de la poseedora, ?9, 10 años? Cuando se adelantó centímetros pude ver las bellas nalgas sensacionales que no desmentían lo visto desde el inicio de la escalera. Sin poder oponerme la seguí. Entramos a la escuela; el largo pasillo, desierto; el silencio era tan intenso que se oía La demonio-escuincla caminaba con enorme seguridad. A poco encontramos un cruce de pasillos, dio vuelta a la derecha, siempre guiándome con la mano suave y tibia apretando la mía generándome sensaciones por demás inquietantes y quizá desconocidas. Sin poder oponerme a nada, al contrario, desenado saber el desenlace.
Dimos otra vuelta, y yo caminaba como zombi, me concretaba a seguirla sin elementos críticos, mi mente se había pasmado. Lo que más me reprochaba era no oponer resistencia, sólo la seguía. Llegamos al fondo del largo pasillo cerrado por una puerta al parecer de metal. La niña metió la mano a su cartera y sacó unas llaves. Con una abrió la puerta, y la niña me jaló al interior. Era un cuarto que tal vez servía de taller por los bancos y estantería llena de herramientas. Tan pronto entramos, la niña volvió a cerrar la puerta con la llave. La veía hacer sin tener miedo, ni siquiera la estúpida moralina previa venía en mi auxilio, ¿auxilio?, pensé consternada. A pesar de eso debí admitir que una extraña sensación se había apoderado de mí desde ver y ¿criticar? la ausencia de calzones en la hermosísima chiquilla. 
De pronto me percaté de la dureza de mis pezones. No lo podía creer, pero los sentía, ?los gozaba!, ser consciente de esto casi me hace gritar y salir corriendo de donde me encontraba sin saber cómo o porqué estaba allí, hasta la tremenda chiquilla había olvidado; la vine a percibir de nuevo por detectar que algo andaba en mis muslos, era la mano de la niña, al mismo tiempo decía:
Tienes unas piernas preciosas, muy ricas, pero no sé porqué usas estas mugres de medias, nunca debes usarlas, lo mismo las horrible pantaletas, fíjate, yo no uso esas tonterías, de otra manera no hubieras visto mi puchita linda, más linda porque no tiene pelitos? tú si tienes muchos pelitos, ?verdad? 
Seguía sin poder articular el pensamiento, menos la palabra, no se diga las acciones, simplemente estaba ahí sin voluntad y sin fuerza, pero percibiendo enormes emociones sensuales que a poco debí admitir, francamente sexuales. La humedad se hizo presente en mi pucha cuando la mano de la niña alisó esa parte tan íntima de mi cuerpo. Apenas la escuché decir:
¿Te quitas la ropa?, o te la quito yo?
No, no?
Pude al fin decir, pero las manos de la niña intentaban sacarme la blusa. Dijo:
No tengas miedo, a este cuartito nadie viene, estamos solitas y así vamos a seguir querida. 
Mis manos se situaron en mi pucha en un afán de ?defender? mi sagrada intimidad. Forcejeamos un poco. Apenas lograba verla como entre brumas. Sin embargo mis pezones seguían sensibles, gozosos, parados a más no poder, y la humedad de mi pucha amenazaba con derramarse. Me pareció que la niña desistía de quitarme la ropa porque el forcejeo cesó, estaba diciendo:
Pos si no quieres ni modo? ¿te gustaría verme encuerada como en una pelicula de porno en español sin mi horrible uniforme?, ?porqué no me gozas, digo, porque no me acaricias?, no sabes de la que te pierdes? vamos, no le tengas miedo al infierno después de la muerte, debías salir del infierno que seguro vives en la vida? 
Estás palabras me conmocionaron. Como que el fuetazo emocional recibido al comprenderlas puso a funcionar mi pobre intelecto. Mis ojos recobraron la vida y pude ver a la hermosa chiquilla sacándose el vestido por cabeza, y quedar totalmente desnuda. Era una divino cuerpecito el que mis ojos veían. En tanto, y a una velocidad que sólo el pensamiento tiene, evoqué el real infierno en que había vivido en mi vida entera, desde la adolescencia por la dura represión paterna, en especial a todo aquello que implicara sexo o sexualidad, y después en el terrible matrimonio donde la represión paterna había sido sustituida por la del marido odioso. 
Leer esta palabra en mi mente de llevó a la fuente de mi odio, y no era sino la represión sexual, el abuso sexual y la enorme carga de lo implicado con esas dos categorías, a más que esa misma evocación me llevó a otra: durante toda mi vida había sido ardiente, deseosa del ignoto placer sexual, desde la misma adolescencia deseaba, loca, tener eso que tanto mencionaban como placer sexual, mismo que nunca había tenido, ni siquiera imaginaba cómo sería ese placer. La hija la tuve por la inercia de las relaciones sexuales maritales a las que siempre había estado sometida. 
A estas alturas las manos de la niña apretaban mis chichis y los pezones; cuando apretaba, las ricas sensaciones sentidas se convertían en franco gozo, y la humedad de mi pucha era demasiada como para no tenerla en cuenta, además algo dentro de mí decía que debía acceder al placer que tanto había deseado así fuera a costa de ir al más doloroso de los infiernos una vez muerta; al mismo tiempo decidí que valdría la pena ir a ese infierno a cambio de eliminar el de la vida real vivida por mí. En el momento fui consciente de lo agitado de mi respiración, de los jadeos que de cuando en cuando salían de mi garganta. Y mis ojos volvieron al bellísimo cuerpecito de la niña, y también mis oídos se activaron y la escuché decir:
¿pos si no quieres encuerarte ni modo? ojalá si quieras acariciar mis cositas, ?sí quieres?
Y la niña jaló una de mis manos para llevarla a una de sus chichitas apenas creciendo, aunque ya de tamaño como para considerarla una real chichi. Su pezoncito sonrosado ? mi vista ya estaba activa, mis jadeos cada vez más frecuentes ? fue un poderoso estímulo para mi ardiente deseo de tener placer a costa de lo que fuera. Apreté el pezoncito, y ella rió, y dijo:
Eso mi amor, eso, así querida, así? goza como yo gozo?
Sus manos aplastaron mis lindas chichitas, luego sus dedos apretaron mis sensibles pezones. En ese momento deseé casi con desesperación sentir las manos de la niña directas en la piel de mis chichis y mis pezones. Sin embargo no me decidía a hacer nada para que este deseo se satisficiera. Y una de las manos de la hermosa princesa tomó una de las mías para llevarla a ?su puchita imberbe!, Dios de los cielos, qué hermosa sensación, gocé al tener mi mano en esa puchita sin plumas pero sí bien mojada. La restregué con suavidad, y la niña decía:
Así querida, así? qué rico me acaricias? ?verdad que es rico acariciar una puchita, y más si es de una niña como yo?
Estas palabras estuvieron a punto de hacerme retroceder y salir corriendo de donde no sabía dónde. Pero una de las manos de la audaz púber aplastó mi pucha, yo sentí que era delicioso ese apretón, además deseé que el encantador apretón se diera en directo, sin la intermediación de la horrible pantaleta. Decir horrible, la misma palabra empleada por la precoz escuincla, bellamente endemoniada, me hizo bufar la decisión de nunca volver a usar lo ?horrible?. Estaba por quitarme la panti cuando la niña se fue. Pelé los ojos, desconcertada. Pero la chiquilla ya venía con un banquito. No entendí. Mis jadeos, monumentales y los escurrimientos de mi puchita escandalosos. La niña puso el banquito cerca de mí, subió a él, me abrazó viéndome con mirada lánguida cargada de deseo y excitación, y luego me besó en la boca poniendo apenas sus labios en los míos.
Suspiré. Al mismo tiempo pensé que había estado perdiendo el tiempo miserablemente. Por eso ahora fui la que la besé con un beso apretado pero en realidad inexperto pues a pesar de ser casada no tenía la experiencia del beso pleno, ardiente, pasional, cachondo. Sentí la lengua de la niña lamiendo mis labios y jadeé casi a tono de sollozo. Luego mi boca se abrió y la lengua de la niña entró a mi boca y yo sentí la gloria de ese beso con una emoción incomparable. La abracé, mis manos alisaron la espalda y las nalgas de la desnuda niña, tocar las nalguita fue otro fuetazo de gozo, y me dije que durante mi vida había sido una soberana pendeja por no gozar como estaba gozando con la niña desconocida. 
Acezando, gimiendo de placer, sentí que la lengua se iba de mi boca, pero quedó ahí, a décimas de centímetro de la mía. Entonces de manera sorpresiva mi lengua salió en busca de la otra, y ambas se encontraron en el aire y se esgrimieron para producir un beso, así catalogué ese encuentro de las lenguas en el aire, inimaginable por mí, quizá por ella tampoco. Mientras mis manos acariciaban las nalguitas, y las de ella apretaban mis chichis y mis pezones cada vez más sensibles y enviando más y más hermosa sensaciones al resto de mi cuerpo, en especial a mi pucha. Apretó más mis chichis, se separó un tanto, y dijo:
¿Te quito la ropa querida?, así podremos acariciarnos más y mejor, ?quieres, querida?
No dije nada, pero alcé mis brazos y ella ni tarda ni perezosa me sacó la playera; con inaudita habilidad destrabó el broche del brasier y mis chichis quedaron desnudas. Ella se inclinó para besarlas dejando al último los pezones, yo me retorcía de placer y emoción pues estos besos en mis chichis era una viejísima fantasía presente en mí desde la infancia. Explico. Una vez vi a una señora dando de mamar a un bebe, y pensé en lo rico que sería que a mí me besaran las chichis. Desde ese momento con frecuencia soñaba o imaginaba que una boca besaba mis chichis, incluso, a veces, las mamaba la boca de ese alguien no identificado. 
Las manos de la niña trajinaban en el cierre de mi falda, y con esa agilidad que la caracterizaba en segundo dejó mi falda en el piso para, sin transición, meter los dedos en los bordes de la panti hasta dejarlas en mis rodillas, y yo completé el retiro de la horrible prenda hasta dejarla también en el piso. Y la boca de la niña ?mamaba! mis chichis produciéndome un placer inigualable y me puse a emitir gemidos, grititos, mientras sentía tremendos estremecimientos, quizá producidos por el primer orgasmo de mi vida, y la niña decía:
Así querida, así goza, goza? que todavía vas a gozar más y más. 
Mamaba de manera estremecedora, y una de sus manos peinaba mis pelos, y a poco empezó a insinuarse dentro de mi pucha, y yo gritaba más por el placer en incremento. Sin pensar, actuando, mis manos dejaron la suave espalda y las deliciosas nalgas de la niña para venir una a acariciar las chichitas, en especial los pezones, y la otra aplastó la puchita sintiendo las raíces de pelitos nacientes. Mi lindo orgasmo siguió intenso, incrementándose a cada segundo, además los deditos de la niña andaban nadando dentro de la charca que era mi puchita. Mis dedos se metieron entre los labios verticales de la puchita púber, y, caray, estaba inundada tanto como mi puchita. Recorrí la puchita con mis dedos siguiendo el ejemplo de los dedos de la niña metidos en mi pucha, y a poco la niña acompañó mis gritos con sus gritos de placer mientras sus nalguitas se movían como si estuvieran cogiendo. 
No sé cuánto tiempo estuvimos así, acariciando chichis y pucha, de vez en cuando besándonos a lenguas paradas y en el aire, lo cierto es que mis piernas amenazaban con dejar de sostenerme. Sin pensar lo externé:
¿Me voy a caer?!
La niña, presurosa, suspendió el delicioso beso, pasó sus manos por mis axilas, me sostuvo. Bajó del banquito y me guió a una de las mesas de trabajo apenas entrevistas al llegar a ese remoto recinto escolar. Me estremecía de placer, emitía jadeos y gemidos, una de mis manos apretaba una de mis chichis como queriendo prolongar la delicia del placer por fin conocido. Me hizo sentar en la mesa. Enseguida se puso bajo mis piernas, para después abrir mis rodillas y por eso mis muslos quedaron totalmente abiertos, yo gozando del sorprendente placer por verme abierta de piernas y mis lindos pelitos al aire y la cabecita de la niña entrando entre mis muslos, se sentó, metió la cabeza entre mis muslos. Yo desconcertada la veía hacer sin saber qué pretendía. No pasó mucho para entender, y lo entendí cuando sentí que besaba mis piernas desde las rodillas hasta las ingles por las caras internas de los muslos y después lamía y lamía con lengua tibia y suave.  
De pronto sentí la punta de la lengua lamiendo mis pelos, y los estremecimientos se potenciaron, lo mismo mi gran orgasmo apenas declinando, volvió a intensificarse produciendo enorme placer, y tanto que nunca imaginé que se podía tener y gozar. Sin pensar apretaba mis chichis y con eso incrementaba mi placer, mi orgasmo sensacional, en realidad colosal orgasmo. La lengua inició una lamida de mis pelos y de los labios gruesos y, poco a poco, se fue metiendo a mi pucha para recorrerla en toda su extensión. Ya pueden imaginar el orgasmo fantástico que esa lengua me estaba dando, y más cuando con los labios apretó mi capullo y empezó a mamar como antes mamó mis pezones. 
De plano exploté en gritos y placer. Gemía, sollozaba de placer. Y la lengua seguía lamiendo, los labios mamaban cada vez con mayor insistencia mi capullo y mi clítoris. Mi enorme orgasmo se prolongó por no sé cuánto tiempo hasta que no pude sostenerme más y me dejé caer sobre la mesa; al mismo tiempo con mis manos intentaba sacar la cabeza de entre mis piernas. La niña lujuriosa entendió y sacó la cabeza, me besó con un beso tierno, suave, amoroso. Y lamió mi rostro entero. De vez en cuando besaba mis pezones mientras una de sus manos alisaba mis pelos sin intentar meter dedos a la enorme charca de mi pucha, prolongando así mi fabuloso placer, placer tenido por primera vez en mi vida. Pasó tiempo indeterminado así, dándome ternura y, quizá, amor. 
Cuando quizá entendió mi regreso al mundo de los vivos, dijo:
Eres preciosa? y gozas de maravilla querida? ?verdad que es rico gozar?? 
Sonreí dichosa, feliz por tanto y tanto placer tenido. Acaricié su rostro hermoso y sudoroso. Ella sonreía también. Luego de un minuto sin dejar de sonreír dijo:
¿No crees que deba gozar igual a ti?
Hasta la cabeza levanté un poco. La vi, me vio sonriente. Entendí. Me erguí sin saber con exactitud cómo proceder. Pero no hubo necesidad de resolverlo yo. Me tomó de las manos indicándome bajar de la mesa. Lo hice, y ella me sustituyó sentándose a su vez en la mesa. Abrió al máximo sus muslos, y Dios de mi vida, su exquisita puchita quedó por completo a mi vista, tierna, imberbe, seguro inundada. No necesité racionalizar mucho, sólo pensé, ?y deseé!, replicar lo que la hermosísima y lujuriosa niña había hecho antes. Lo primero que gocé fueron los ricos olores, inéditos para mi nariz, sí, es bien cierto, ni siquiera mis propios ricos olores había percibido antes. Aspiré bocanadas de dulces, lujuriosos y placenteros olores mientras mis manos acariciaban las pequeñas chichitas de la niña. 
Sin esperar a más lamí las piernas de la niña desde las corvas hasta las ingles. Incluso sin preverlo bajé mi boca por las piernas hasta llegar a los pies de la niña calzados todavía. Le quité los zaparos escuchándola gemir, sintiendo que sus nalgas se movían de una deliciosa manera, y empecé a besar esos preciosos pies, y cada uno de los dedos. No contenta con los besos los empecé a chupar uno por uno sin dejar uno sin lamidas y chupadas, mientras la niña gritaba su placer, quizá envuelta en sensacional orgasmo, y así fui lamiendo y besando dedos de los pies, piernas y muslos hasta llegar a los labios verticales liso, si acaso con uno que piquito de pelito y gritaba: Nunca me habían acariciado tan rico querida, sigue, sigue, sigue... 
Lamí cada vez con mayor fruición y placer los labios mayores de esa puchita tan hermosa. Los chupé antes de meter la punta de la lengua a la charca de esa puchita imberbe. Lamí los deliciosos jugos de viscosidad exquisita, los degusté, y lamí el capullito de la puchita por mucho tiempo, y la niña se retorcía de placer, gritaba cual loca, gemía como dolorosa, jadeaba como perra en celo. Cuando por fin lamí la sensible cabecita del clítoris los gritos fueron intensos y los estremecimientos del cuerpecito descontrolados y acelerados y los movimientos de las nalguitas vivos y gozosos. Chupé y mamé ese capullito donde está incluido el precioso y sensible clítoris, casi convulsiona de placer, de esto no tengo menor duda. Seguí glotona chupando, lamiendo, degustando las delicias de los jugos de esa puchita que tan inesperadamente estaba gozando con mi lengua a cada minuto más ágil y eficaz para dar placer. 
De pronto sentí que las manos casi infantiles jalaban mi pelo, señal de que está saturada me dije, y sin más dejé de lamer la puchita deliciosa. Y como ella subí a la mesa para besarla con ternura y, yo sí detecté el amor puesto en ese beso y los que siguieron por el rostro y por el cuello y en las chichis hermosas de la niña. Y gemía y jadeaba, movía las nalgas como si todavía estuviera gozando mi lengua serpentina. Ese besar y lamer el rostro y chichis me produjo otro placer diferente al plenamente sexual, esto lo interpreté como el placer del amor sumado al sexual pues todavía esos besos tiernos y las lamidas tenían la gran carga del sexo implícito en ellos.
Un tiempo después de mi subida a la mesa, la niña abrió los ojos, me vio, sonrió cariñosa, y dijo:  
Ay amorcito de mi vida? casi estaba segura que contigo? nada más no iba a haber? placer. Pero mira nada más, casi me matas de tanto y tanto placer que me has dado? ?te gustó?
Sonreí, acaricié su rostro, y dije:
Caray, pequeña? eres malvada, audaz y? ?preciosísima! la verdad, y más porque no cejaste en ponerme a? gozar tanto como yo no sabía que se podía gozar. ?Estás contenta?
Por Dios querida, ¿no me sentiste con orgasmo tras orgasmo?, Virgen santa, nunca había gozado tanto. 
Acariciaba mi rostro viéndome con amorosa languidez, muy exquisita. Yo enternecida, devolví la caricia sintiendo renacer la excitación. Eso hizo pensar en dónde estábamos. Preocupada, dije:
Oye? ¿podemos estar aquí todavía más??
Carajo, querida? hasta la noción del tiempo perdí? no, no, ya nos tardamos el resto? ?debemos irnos ya!
Y brincó de la mesa. Buscó el uniforme, se lo puso casi sin tenerme en cuenta. Hice lo mismo. Me vestí sin ponerme calzones. Ella vio que los iba a guardar en la bolsa, sonrió, y dijo:
¿Me los puedes dar de regalo y recuerdo de esta prodigiosa mañana tan llena de amor y placer?
Sonreí y extendí la mano dándole los calzones; ella los tomó y, para mi sorpresa, se los puso en la nariz aspirando para recoger los olores que seguramente tenía la prenda llena de mis jugos pues desde los inicios del lance erótico sentí que mi puchita se inundaba. Los lamió antes de ponerlos en su mochila, y dijo:
Lamento no tener los míos para dártelos? pero te prometo que me voy a poner unos por dos-tres días para llenarlos de ricos olores? como los que tienen los tuyos querida? y luego te los doy? porque estoy segura que quieres? otra vez, ?no?
Ay, pequeña? de veras, eres increíble? ?cómo piensas que puede haber una segunda vez?
Ay, querida, pos fácil? gozaste y gocé, te hice gozar y casi me matas de tanto placer que tu sabia? lengua me dio? ?verdad que sí nos vamos a ver otra vez?
No sé, no sé? pero? bueno, a lo mejor? ?dónde te busco?
Mira, te doy el número de mi celular para que me llames cuando? quieras? ?oírme?, ?gozar?, ?mamar mi puchita?
Me hizo reír. Para mi sorpresa la palabra vilipendiada me dio placer, no rechazo como antes sucedía. También me sorprendió que la niña hablara de darme su número telefónico, ella estaba diciendo:
Ya sabes, mi santo padre quiere controlarme a cada minuto, por eso me dio celular? hasta ahora le encuentro la maravillosa utilidad? ?entonces?
Bueno, dame el teléfono? te llamo? no te lo prometo, pero puede ser?
No dudes mi amor? ?no tuviste un enorme placer?, yo sentí que sí lo tuviste? hasta casi mueres de placer, ?no?
Reía con ganas, alegre, gozosa, feliz por el feliz término del lace inesperado, educativo y dador de mi libertad? mi liberación de las aberraciones de las estúpidas y manipuladoras normas. 
Y ya nos vamos, querida, dijo mientras anotaba el número en una hoja desprendida de un cuaderno. 
Salimos. La luz me deslumbró, y mi alma empezó a titubear. Por fortuna, la niña una vez segura de lo desierto del pasillo, metió su mano bajo mi falda hasta meter los dedos en mi pucha y con ellos darme el placer de sentirlos. Los sacó y los chupó. NO pude quedarme sin hacer lo mismo, y, Dios de los Cielos, fue otro placer meter los dedos en la puchita imberbe e inundada y luego lamer esos dedos gustando del precioso olor y sabor de los jugos de esa puchita. Sin más, echamos a caminar. En el primer pasillo se detuvo, oteó, me besó con un beso de lo más tierno, y dijo:
Espero tu llamada? mi amor. 
Y se fue sin más. 
Quedé pasmada viéndola irse. Volteó, sonrió, levantó su falda para enseñarme las nalguitas, por cierto deseé con vehemencia tenerlas cerca para lamerlas, besarlas, chuparlas, hasta para nalguearlas con pasión amorosa. Hasta ese momento recordé a qué había ido a la escuela. Con el corazón a marchas forzadas caminé por pasillos hasta encontrar la dirección de la escuela. El asunto era de una trivialidad rayando en lo imbécil. Vi el reloj; faltaban unos minutos para que mi hija saliera. Sonreí pensando en lo feliz que había pasado el tiempo, tiempo? de enorme placer. Evoqué orgasmos tenidos, orgasmo siempre deseado hasta ese bendito día consumado. Decidí esperar al retoño. En unos minutos empezaron a salir las niñas y Dios de los cielos, a casi todas las veía con ojos de deseo, todas me parecían bellas y atractivas. Entre ellas, ?mi hija!; sí, la vi entre otras y no la identifiqué de inmediato, pero sí vi sus muslos adorables y sus nalgas sensacionales, así me parecieron. 
Al darme cuenta que era niña, mi hija, me sentí intensamente abochornada. Ella ya estaba besando mi mejilla, y sus besos fueron un acicate para aumentar el ?atractivo erótico? de mi niña. Sonreía alegre como siempre, dijo:
Qué bueno que me esperaste, mamacita? tenía muchas ganas de verte. 
Sus grandes ojos color miel eran dechado de belleza. Estaba enternecida viéndola. Para mi estupor y mayor asombro mis sensibles pezones se endurecieron igual a minutos antes en aquél cuartito de mis primeros orgasmos. Me avergoncé, aún así inicié la ?revisión? del cuerpo de mi hija; caramba, si mi seductora tenía un cuerpo colosal, el de mi niña le aventajaba en cualesquiera de los atributos que se quisiera comparar. Hice un sobrehumano esfuerzo para darle vuelta a la hoja, y dije:
¿Te fue bien?
Sí mamá, muy bien. Oye, porqué estás medio despeinada.
Si ya estaba avergonzada, ahora me sentí descubierta en mi mal proceder con la chiquilla seductora. En automático ?peiné? mis en efecto revueltos pelos de la cabeza, intenté sonreír, y dije: 
Ha de haber sido el aire. ?Nos vamos?
Al subir al auto la faldita de mi niña quedó elevada, por tanto los preciosos muslos desnudos casi a totalidad. La visión fue catastrófica: no pude apartar los ojos de los muslos a pesar de ir manejando, peor cuando después de algunos movimientos los muslos de la niña quedaron abiertos y las rodillas dándome el frente y por eso pude ver la pantaletita de la niña; en ese mismo momento sentí que mi pucha completaba la inundación. Fijé la vista al frente mientras enunciaba un mentecato rezo pidiendo a la Guadalupana que me diera fuerzas para detener la tentación, la tentación era: besar y acariciar al portento de belleza que es mi hija. Sin embargo sin todavía terminar la oración mis tercos ojos siguieron viendo el lujurioso panorama imaginando la puchita de la niña, si tenía pelitos, si sus labios eran tan gruesos como los de mi seductora, y más me mojaba? pero lo que siguió es materia para otra ocasión.

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